La casa es la misma.
La de la tapia con mayúsculas de musgo
y aquel pasillo largo y sin cortinas.
La casa es la misma.
La del espejo de luna
cuando el mundo eran tus ojos
y un par de cosas más.
La casa es la misma.
La de entonces.
Hace tiempo que no hace tiempo.
Que la palidez del momento
se llenó de afectos giratorios
y arañas dóciles.
La muerte es el amigo en la foto,
o esa mano que va y no regresa,
la que va y ya no vuelve
Había cirios con aceite,
y aquella hornacina sin santo.
Y los tiestos.
Y las ortigas.
Y tu cara asomada
al terraplén del olvido.
En la otra orilla del silencio está el otoño:
aquel desabrigo de una ausencia aún por llegar
y un último intento que no será.
No quedan almas.
Queda tu desnudez mal vestida
y una botella rodadora sobre
los tropezaderos de la delgadez.
Desabrochado el instante, una sombra,
y algo más tarde, otra.
Una y luego otra.
El par de sombras tanteando un silencio
que intenta ser lenguaje.
Ahora que la memoria es pan de rana,
y mutante, y anfibia, y volandera,
y el recuerdo se ha aflojado
sobre cosas que no sabes y no entiendes.
Amadeo Laborda
Primer Premio de poesía
V Certamen Literario Universidad Popular de Almansa