Ante esta mesa certifico
Ante esta mesa certifico
la ausencia de mis hijos y el dolor.
Mi nombre es Amara, y amara
es acíbar en el alma que corroe
lo más tierno de esta sombra.
Se los llevó el mar, se los llevó
el viento de las estrellas contrarias,
y no me ha quedado más que un grito
de piedra mutilada, atrapado en el fondo
de mi corazón vacío. De Alepo soy,
era, y ahora de ningún sitio,
delante de una mesa de inscripción
en la nómina de los muertos
aún no fallecidos, envuelta en tinieblas,
un ave de paso
de ningún lado hacia nunca. Amara.
Mitilene. Lesbos. Estoy en la isla de Safo.
Ambas nos comprendemos aferradas
al viento en carne viva, solas.
Tú viva después de tantos siglos.
Yo muerta sin haber traspasado todavía
el espejo de la madrugada.
Lo que creíamos una tormenta eran
los cascos de los caballos, el tropel
de una guerra creciente, los bombardeos
y las estampidas de los fusiles antes
del atardecer. Esta es tu ceniza. Amara te escucha.
Ismael y Fátima, por decir dos brasas
apagadas en las lágrimas negras,
el agua ardiendo en los fragmentos de Safo,
la noche iluminada por las olas
tras la ausencia de mis entrañas. Soy de Alepo.
Soy de Mitilene. Soy Safo, y Amara y todas
las mujeres soy en una áspera boca,
en un corazón de légamo, en las manos
sedientas y mis labios arrancados
de la piel de mis hijos. Certifico
ante esta mesa
que la luz ha muerto.
José Luis Tudela Camacho
Segundo Premio de poesía
V Certamen Literario Universidad Popular de Almansa