SILENCIO

  Ella cree que duermo pero al igual que hace un rato, sus ahogados llantos han vuelto a despertarme, devolviéndome a la más cruda y triste realidad.

Las pocas ganas que aún me quedan de seguir durmiendo desaparecen a pesar de que el reloj que descansa sobre la mesilla todavía no marca ni las cuatro de la mañana.

  Cubro mi cabeza con la almohada, esperando lograr así que esos gemidos de dolor se desvanezcan. La aprieto más y más, con todas mis fuerzas, pero es inútil. No lo consigo. Desearía que todo volviera a ser como antes, cuando todos en casa nos reíamos, cuando todos éramos felices. Son estos gratos y remotos recuerdos los que al fin consiguen relajarme, sucumbiendo así en un profundo y relajado sueño.

  A las ocho, implacable como siempre, el maldito despertador me da los buenos días con su agudo y monótono sonar. En mi mente, la inquietud de saber cómo está. Necesito verla.

  Allí, sentada junto a la mesa de la cocina, con la mirada perdida, está ella, asiendo con ambas manos una humeante taza de café. Es entonces cuando advierto su deprimente aspecto. Apenas consigo reconocerla. ¡Con lo guapa que era! Un inmenso cardenal de color morado destaca sobre su pómulo derecho, abarcando gran parte de su rostro e impidiendo que apenas pueda ver con ese ojo, casi cerrado por la hinchazón. A la vez, un profundo corte en el labio inferior todavía chorreante de sangre, deja entrever la brutal paliza recibida la noche anterior. Nos fundimos en un conmovedor abrazo. El silencio reinante es total, alterado tan sólo por el único latir de nuestros deshechos corazones. Esta unión es la única capaz de aliviar nuestro dolor, proporcionándonos a los dos la fuerza suficiente para seguir luchando.

  -¿Te duele? –Termino por preguntar. Ella asiente.

  -Entonces, ¿por qué te pega? ¿Por qué te pega papá si sabe que te hace daño?

  Espero su respuesta, más sólo obtengo silencio.

Francisco Javier Conejo Hidalgo

III Mención Especial de Relato Breve

III Certamen Literario Universidad Popular de Almansa